Elena Arellano: Sus huellas sobre el polvo (Carlos Cuadra Pasos, 1961)

Acá se presenta el texto íntegro de "Elena Arellano: Sus huellas sobre el polvo", escrito por Carlos Cuadra Pasos. Este lo publicó en octubre de 1961 en la Revista Conservadora. Se dividieron algunos párrafos extensos y añadieron encabezados para facilitar su lectura.


Elena Arellano: Sus huellas sobre el polvo

No ocupan lugar en la literatura nicaragüense las personas que anduvieron en nuestra tierra sobre caminos de santidad. En el ramo de la biografía, la política ha acaparado la atención de los hombres de letras. Solamente los personajes que han figurado en lo que se llama vida pública, han sido objetos de estudios particulares, para exaltarlos por los beneficios que hicieron con sus hechos o para denigrarlos, por los daños que causaron. 

No se ha cultivado la ejemplaridad de los Santos. Y no es porque no los hayamos tenido. Nada se ha investigado, por ejemplo, sobre el padre Antonio Cáceres, nacido en Granada en 1682, varón de virtudes, que profesó en la Compañía de Jesús. Abandonó al mundo siguiendo los pasos de don Pablo de Loyola, Gobernador que fue de Nicaragua, y después hermano en la Compañía de Jesús, portero por 15 años en un Colegio de México. 

El padre Cáceres fue maestro de Bellas Artes, y en un certamen literario ganó el primer premio con su composición titulada: El Ciprés Dice una vieja crónica de los Jesuitas en México, que murió en olor de Santidad. 

Ninguno se ha parado un instante para contemplar la personalidad del venerable Bernardino de Obregón y Obanclo. De este dice don Domingo Juarros, en su “Historia de Guatemala”, que entre los méritos de Granada es el haber sido patria de tan eminente sujeto. “Fundador de la Congregación de San Felipe de Neri de Guatemala, en donde murió con grande opinión de santidad, en el año de 1694”.

Elena Arellano: Una santa desconocida


Menos todavía se recuerda el mérito de las Santas. Sobre éstas pesa el silencio, no se si por respeto al recato con que siempre procedieron obligadas por la costumbre del pudor y por el dictado de la humildad, virtud primera y esencial en la santidad, o porque suena más la vanagloria de aquí abajo, que la gloria de allá arriba. 

Tal ha sucedido con doña Elena Arellano, personalidad granadina de vida ejemplar, en silencioso ejercicio de virtudes cristianas. Podría escribirse sobre ella una biografía interesantísima, por quien tuviese la capacidad de dar expresión poética al relato de sus hechos, fecundos de caridad y de sabiduría; esta última cualidad poseída a lo divino y no a lo humano. 

A mí me ha atraído desde hace años esa empresa, he recogido datos, he cultivado recuerdos personales, pues, la conocí y traté de cerca, pero al iniciar la tarea de llevar esos datos y recuerdos al papel, me he encontrado inepto para darles tono armonioso. Desalentado se me ha caído la pluma de la mano, conformándose con solazarme en la muda y respetuosa contemplación de esa cándida figura, excelsa ante Dios. 

Ahora, haré esfuerzos para escribir esos apuntes y recuerdos destinados al Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, de las Señoritas Francesas; que celebrará este año del Señor, el medio siglo de ser obra benemérita de Granada, por iniciativa de doña Elena Arellano, y por una constante labor fecundísima en la formación y cultura de nuestras mujeres.

Antepasados e Infancia De Mama Elena


Doña Elena nació en Granada el 21 03 de Noviembre de 1836. Corría nuestra patria un período de anarquía, y de casi disolución social. Después de la independencia se había perdido el concepto de autoridad.

El año de 1830 fueron clausurados los conventos y expulsados los frailes privando con este acto inconsulto a la juventud de la enseñanza superior. Las mujeres fueron las encargadas de la conservación del tesoro de nuestras esencias sociales. Ellas carecían de una instrucción variada, pero poseían esa honda educación cristiana, que suele obrar con sabiduría en las grandes ocasiones como resguardo de la familia. No es cierta la leyenda negra que colide sobre la ignorancia completa de la mujer en los últimos años de la colonia.

Guardo papeles que prueban que las señoras granadinas sabían leer y escribir, y que leían con fruto obras espirituales. Por esa preparación pudieron ver clara necesidad de defender las raíces de la cultura cristiana, aun en contra de la locura de sus propios hombres. Por ellas, en medio de la oscuridad de que he hablado, parpadeaban las lucecitas encendidas y vigiladas en los hogares granadinos, para salvar a la sociedad.

Doña Elena procedía de una familia hidalga granadina. La familia es la cifra que determina el valor de la sociedad. En la realidad toda persona opera en relación con esa cifra. Hay algunos personajes que son fundadores de su propia familia, pero la mayoría pasan por la vida ilustrando el proceso familiar, que les da impulso y respaldo. 

Orígenes de la familia Arellano en Nicaragua

En el bosque social, la familia es el árbol, la persona es la rama donde se percibe el fruto. El linaje de los Arellanos vino a Nicaragua, por la persona de don Carlos de Arellano, ex-Alcalde de Guatemala, que en el año de 1589 fue nombrado Gobernador de Nicaragua, en calidad de interino. 

Dice el historiador Gámez: “Durante el Gobierno de Arellano, la ciudad de Granada adquirió una gran preponderancia como centro comercial, por haberse reducido a la ruta de San Juan todo el tráfico mercantil con el exterior; pero fue también en ese mismo tiempo cuando los piratas del Norte para vigilar las embarcaciones nicaragüenses, fundaron sus grandes establecimientos en Bluefields y Laguna de Perlas desde donde causaron muchos males a la provincia".

Don Carlos Arellano para dirigir la defensa contra tal agresión pirata, fijó su residencia en Granada, levantó su casa, y vinculó su familia al nuevo poblado, dentro y a la par del cual se desenvolvió en uno de los linajes antiguos y durables. Aún se puede ver, cabe al edificio del Banco Nacional, el viejo Zaguán de la casa de Arellano, sellado sobre el dintel con el escudo y armas oficiales del Gobernador. 

Tres siglos se desarrolló el hilo de ese linaje dentro del apacible trajín colonial, de abuelos y nietos. Apenas se sabe que uno de los Arellanos, o sea uno de los abuelos de doña Elena, se casó con una bella mora no bautizada, y en pena la familia perdió ciertos timbres de nobleza, conservando sólo la hidalguía. 

Los padres de nuestra santa

Cuando se produjo la Independencia en 1821, representaba a la familia Arallano, en plena y vigorosa juventud, don Narciso, descendiente de don Carlos y padre de doña Elena. Era este sujeto de energía exhuberante, de muy buena presencia, inteligente, y activo participante en la política vehemente de las dos primeras décadas de Centroamérica Independiente.

Alma de grandes inquietudes, tropezó en la concupiscencia. Fue don Narciso un caballero mundano, pero creyente y caritativo con todas las cualidades y defectos de los conquistadores de que procedía en línea recta. La esposa de don Narciso, y madre de doña Elena, fue doña Luisa Chamorro, bella y angelical mujer que dirigía su hogar y trataba a su marido con mansedumbre y delicadeza. Tipo de la mujer católica, empeñada dentro de casa, como he dicho atrás, con fe y amor en la conservación de nuestro tesoro tradicional de cultura. 

Cualidades y formación de Mama Elena

Doña Elena heredó las cualidades de sus padres: de don Narciso la inteligencia, la actividad y la energía. De doña Luisa la mansedumbre, la delicadeza, el tacto exquisito para el trato social. Fue educada dentro de su hogar con esmero. Aprendió a leer y escribir, nociones de aritmética, algunos conocimientos literarios por buena lectura, y mucha doctrina cristiana.

Todo enseñado por su madre y por su abuela, que era una dama de agudo entendimiento, llamada doña Paz Castillo de Arellano, que envejeció en sabiduría, dedicándose en sus postrimerías de edad a la educación y dirección de sus nietas, destinadas a ser cabezas de familias granadinas bajos diversos apellidos. 

Muerte de su padre, Don Narciso Arellano

Doña Elena perdió a su padre don Narciso, cuando estaba en la infancia. Pero en la muerte de su progenitor recibió una lección decisiva en las direcciones de su vida. Don Narciso había ido a visitar una de sus haciendas en Chontales, Quimichapa; llevando consigo, de paseo, a su pequeña hija Elena. 
En la soledad de su casa hacienda, le sobrevino la enfermedad mortal. Don Narciso era hombre entero de carácter, pero cuando percibió con la claridad de su inteligencia la proximidad de su muerte, sintió sobre su conciencia el peso de sus pecados de hombre mundano. 

Con ansiedad procuró la llegada de un sacerdote, que fue el padre Alvarado, cura de Acoyapa, y amigo personal suyo. Contaba doña Elena que su padre veía con angustia deslizarse los minutos en la espera del confesor. Cuando este entró al aposento con los brazos abiertos, le preguntó al enfermo: Como está mi don Narciso. El moribundo contestó con voz firme: Aquí me tiene padre Alvarado esperándolo ansioso, como el rey David, con el peso del pecado sobre la conciencia; y como el Rey David llorando arrepentido.

Doña Elena oyó esta conversación, se retiró del aposento. Confesor y pecador quedaron solos. Cuando la confesión terminó, don Narciso recuperó su tranquilidad, y con valentía de corazón vio venir la muerte atenido a la misericordia de Dios.

Resolución a vivir la pobreza y castidad

La impresión que produjo en el alma infantil pero despierta de doña Elena semejante escena familiar, fue profundísima. No se borró de su memoria durante su juventud y determinó su resolución de consagrarse a Jesucristo, en un renunciamiento del mundo que le despejara el camino de perfección. Hizo votos de virginidad y de pobreza. A medida que florecía en juventud, doña Elena se afirmaba más en la convicción de que debía renunciar al mundo.

No tenía convento a la vista, como las patricias romanas de la época del ascetismo del siglo cuarto, para refugiarse en él contra las seducciones de la sociedad. Pensó entonces en resguardar su consagración en una forma individual, y dentro de una disciplina propia, mantenida por la oración y el constante ejercicio de la caridad.

Era rica, agraciada y por lo tanto solicitada. Pero su resolución inquebrantable fue de estar libre y lista a seguir a Jesucristo. Había leído en San Juan Crisóstomo que la virginidad, como solo tributo rendido a Dios, no tenía mayor valor, cuando no la seguía la práctica de la misericordia y de la limosna.

Su modus vivendi

El mundo difícilmente comprende esta clase de desprendimiento. Su plan consistía, como aconsejaba San Jerónimo a una patricia romana, en contraer alianza con la señora pobreza, y procurar envejecer en sabiduría. Doña Elena recogió el consejo de San Jerónimo. Resolvió vivir como pobre, pero no abandonó la administración de su capital, que tuvo como propiedad de Dios confiada a su dirección, pero no para su propio gozo.

Vivía como pobre, vestía humildemente, procedía con suma sencillez, no adornaba con galas y alhajas, su juventud. Estudiaba, insistía diariamente en la lectura espiritual, y procuraba entender el sentido recto de la caridad, para servir al prójimo, protegiéndolo contra la miseria, y defendiéndolo contra la ignorancia, que es miseria del entendimiento.

Su amor a Dios y al prójimo encendían su corazón, y no le permitían reposo. En donde estaba el dolor concurría enseguida doña Elena al saberlo. Las puertas de su casa nunca se cerraban para los pobres, y su mano traginaba de su bolsa a la mano tendida del necesitado. Pero lo que más preocupaba a su caridad encendida, era el combate en contra de la ignorancia que amenazaba el reinado de Jesucristo sobre su patria.

Su vocación a la educación

Pensaba que debía instruirse a la mujer nicaragüense para el mejor cumplimiento de la misión salvadora que Dios le había confiado, y que había visto desempeñar a su madre y a su abuela como tesoreras hogareñas de la cultura tradicional. En Granada, en aquella época, era la enseñanza ocupación ordinaria y misionera de las señoritas de buena familia.

En cada casa de lo que se denominaba El Centro, existía una escuelita, en donde se impartía gratuitamente una rudimentaria instrucción a los niños pobres y ricos que eran allegados a la familia, por cualquier clase de relación social. Se les enseñaba a leer, a escribir, rudimentos de aritmética y el catecismo.

Doña Elena que había practicado esos ejercidos, sintió la vocación de maestra y quiso encauzar aquella corriente por una preparación más elevada y sustanciosa de las mujeres granadinas. De su propio peculio abrió un colegio de señoritas en su casa, convertida en aula, y siendo ella misma la directora.

Formó el cuadro de sus profesoras con algunas que conocía por más adelantadas, y se entregó a la tarea educadora con entusiasmo. Ella duró algunos años y se obtuvieron resultados satisfactorios. Una generación de damas granadinas fue formada en ese colegio y desempeñó gran papel en la cultura de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX.

Sus viajes a Europa para fundar una escuela

Pero doña Elena no estaba tranquila con respecto a la perduración de su obra y quiso asegurarla de manera estable, entregándola a una Institución Religiosa. Al servicio de ese pensamiento realizó su primer viaje a Europa en donde estaban las fuentes vivas de nuestra civilización y Roma, capital del orbe católico. Sus relaciones con la Compañía de Jesús, le facilitaron las gestiones que debía hacer.

Visitó a su Santidad el Papa Pío IX, el entristecido Pontífice, prisionero del Vaticano. Él la bendijo y la animó. Conoció personalmente a don Bosco, y le fue dado encender su vela en aquella antorcha de la enseñanza cristiana. No le fue posible a doña Elena coronar sus esfuerzos en ese primer viaje.

Se desconfiaba de Latinoamérica que estaba entregada a las convulsiones revolucionarias, y en donde dominaba un laicismo agresivo. Pero ella aprendió mucho en cuanto a los procedimientos que se debían seguir para hacer eficaz los esfuerzos en pro de la buena causa que la animaba.

Llegada y Exilio de las Salesas de la Madre Cabrini a Nicaragua

Años después volvió otra vez a Europa con el mismo propósito, y con una dirección más segura. Nicaragua había entrado en largo período de paz, y de gobiernos serenos que hacían posible la venida de una institución religiosa para hacerse cargo de la enseñanza de la mujer.

Se había progresado en este sentido en el país por la creación de un colegio de señoritas de los padres de familias, que fue fundado bajo la dirección de profesoras extranjeras en un sentido laico. Pero no satisfacía ese instituto las aspiraciones de las madres católicas, por dos razones, porque se dudaba de su estabilidad, y porque no se le ponía como médula de la educación a la Religión, que había sido luz de nuestra cultura. 

Doña Elena volvió a Europa y pudo conseguir tratar con las Misioneras Salesianas del Sagrado Corazón, que aceptaron venir para abrir un Colegio en Granada. Doña Elena sufragó todos los gastos, dio una de sus casas y el Colegio de señoritas fue abierto, despertando grandes esperanzas. 

Pero el período de tranquilidad en Nicaragua había terminado, y se había reproducido la agresión del laicismo. En el año de 1894 fue clausurado intempestivamente por mano de la autoridad el Colegio, y expulsadas violentamente las misioneras salesas. Fue grande el sufrimiento de doña Elena por este fracaso.

Fundación del Colegio Francés

Dio muchas carreras, y arrostró peligros para proteger a las expulsadas. Pero el ánimo de aquella mujer superior no se anonadaba ante obstáculos, e inmediatamente reaccionó su espíritu para buscar la manera de salvar la educación religiosa de la mujer, ante el porfiado ataque del laicismo.

Convencida de que el Gobierno de Nicaragua no permitiría la entrada de ninguna Orden Religiosa, realizó un nuevo viaje a Roma para estudiar el procedimiento que debía seguir en su lucha. Le aconsejaron buscar maestras seglares de arraigado catolicismo, para que pudieran entrar al país y dedicarse a la enseñanza. Pero, dice un testigo presencial de aquellos afanes de doña Elena, que nadie quiso aventurarse o un país lejano, desconocido y peligroso. 

Entonces tuvo noticias de la existencia de la institución de las Señoritas Francesas, formada por maestras seglares, de alto espíritu cristiano, que operaban con móviles misioneros en la formación de la mujer católica, entre las hostilidades del laicismo en Francia. Procuró ponerse en contacto con esas Señoritas. 

Supo que ellas estaban establecidas en la República hermana El Salvador. Andariega incansable como Santa Teresa de Jesús, sin pérdida de tiempo fue al Salvador para conocer de cerca a las Señoritas Francesas y visitar sus establecimientos. Aquí cedo la palabra a la Señorita Eugenia Angevin, de gratísimo recuerdo en Granada, que relata el episodio de sus tratos con doña Elena con ingenuidad y frescura de estilo. 

Testimonio de a Señorita Eugenia Angevin

“En 1900 se puso en camino a esa república, con el deseo de conocernos y de visitar nuestros establecimientos. La educación y la enseñanza que impartimos la satisficieron e inmediatamente pidió que le procuráramos un personal para su tan deseado Colegio en Granada. Pero este personal no lo teníamos entonces. 

Se regresó algo apenada, pero confiando en Dios. Durante tres años escribió de cuando en cuando reiterando su petición con más instancias. Por fin, al principio de 1903 me propusieron venir a Granada a estudiar los proyectos de doña Elena. Pasé con ella los 20 primeros días de Abril. Con un alma tan humildemente inteligente y recta, era fácil entenderse. 

Además, su espíritu de fe, de desprendimiento, practicando la pobreza voluntaria con heroísmo, su acendrado amor a Dios, a las almas y a los desheredados de la fortuna, su comprensión de la necesidad de la educación cristiana y en particular de la formación del corazón de la mujer, me dejaron admirada de su alma tan hermosa. 

Era más que suficiente para infundir confianza en una obra así patrocinada. Por tanto, se le dio esperanzas, de que vería cumplir sus deseos. En efecto, llegábamos a Granada en Agosto de 1903, la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción. Habiéndonos facilitado todo doña Elena, pudimos abrir las clases el 12 de Octubre siguiente". 

Había coronado doña Elena uno de sus firmes y tesoneros propósitos. Cumple en este año de 1961, más de medio siglo de funcionar con método, rindiendo muchos frutos, el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de las Señoritas Francesas. Numerosas son las damas que han salido de ese meritorio plantel preparadas para regir con prudencia cristiana hogares nicaragüenses.

Espíritu incansable de Mama Elena

Pero no descansó sobre el éxito de esta fundación la caridad de doña Elena. Su vida tiene afinidades con las de Santa Teresa de Jesús. La audacia para sus empresas fundadoras y reformadoras. Su constancia para realizar sus propósitos. Su incansable movimiento misionero. Sus tratos con eminentes personajes del Orden Religioso. Su influencia poderosa en los medios en que obraba. Su sencillez para proceder y su viveza para la defensa de sus obras.

Le faltaron las letras de la gran Santa española. No fue Elena “letrera” como decía Teresa de una de sus monjas. A mí me parece que ella tuvo la aptitud en cuanto al pensamiento y a la palabra, pero le faltó el ambiente, como le ha faltado a la mayoría de nuestros ingenios. Era nuestra Santa amena y lista en el platicar como la Española.

Con grande facilidad pasaba en la conversación de las cosas triviales a ocuparse de las divinas, dominando a sus oyentes aunque fueran jóvenes que traían la mente trastornada por la falsa filosofía del siglo. De esto fui testigo presencial e interesado muchas veces.

Mama Elena y León XIII

Muestra de la sencillez teresiana de doña Elena es esta anécdota, sucedida en uno de sus viajes a Roma. En una de sus visitas al Sumo Pontífice León XIII le dijo que estaba enferma con reumatismo en los pies, y le pidió con ingenuidad un par de medias de su uso para sanarse. León XIII sonriente y afectuoso le contestó: Hija mía no te curas con ese remedio. Yo también padezco de reumatismo y mis medias no me sanan. 

Pero el sabio Papa, simpatizando con aquella alma sencilla, cuya profundidad podía calar le obsequió como recuerdo el solideo que llevaba puesto. Doña Elena lo recibió y guardó como una reliquia. Cuando murió León XIII un periódico Francés escribió que el Papa de las encíclicas sabias, no acostumbraba dar prendas personales, y que solo una vez había hecho excepción por tratarse de una dama latinoamericana, muy apreciada por sus trabajos y méritos religiosos. 

Su labor para promover las vocaciones

Cuando viajaba por Europa procurando la difícil fundación de un Colegio de Señoritas, con disciplina y métodos religiosos, empresa que le costó tantos años y tanta fatiga, no se crea que hacía de ella un objetivo exclusivo. Marchaba resuelta hacia la realización de un ideal, pero su caridad inagotable se derramaba a uno y a otro lado. 

Llevaba por su cuenta, para educarlos en Seminarios italianos y españoles, a jóvenes con vocación sacerdotal; conseguía becas en los Colegios Salesianos para muchachos nicaragüenses que querían aprender industrias y artes en esos afamados planteles; ayudaba a su hermana Luz, otra alma selecta, en el trabajo de conseguir la venida de los hijos de don Bosco a Nicaragua. 

3 anécdotas sobre su caridad heroica

Su caridad no se enfriaba con la edad; seguía obrando en permanente actividad. Necesitaría de un libro de buen volumen para relatar los hechos de esta mujer insigne; pero he elegido tres anécdotas, que son suficientes para concretar en tres aspectos la acción caritativa de doña Elena, realizada en forma heroica, con la mayor naturalidad. 

Mama Elena y el lazareto para la viruela

En 1893 azotó a Granada la peste de la viruela confluente. Fue un flagelo terrible para el pueblo. La Municipalidad instaló un lazareto, en donde se recogía a los apestados desvalidos. Era un cuadro horrible el de aquel hospital poblado de gemidos, de llantos y de malos olores. No podía encontrar el Municipio una persona responsable y con autoridad suficiente para que rigiera el cuido de los enfermos.

Se ponía avisos en los periódicos ofreciendo un buen salario, pero era muy grande el miedo al contagio. Un día con sorpresa de todos, se presentó doña Elena para ofrecerse como directora gratuitamente Se encerró en aquella casa y bajo su dirección mejoró la condición de los pobres apestados; ella les llevaba consuelo espiritual y esmerados servicios materiales.

Contrajo la peste, por protección de Dios le dio benigna, y con la enfermedad no interrumpió el cuido de los otros enfermos, trabajando día y noche. Hasta que terminó la peste y fue cerrado el lazareto regresó a su hogar. De aquella jornada de santidad, su rostro quedó limpio y su alma más luminosa. 

Mama Elena y la joven injustamente arrestada

Otro año una señorita agraciada por belleza y virtud, fue conducida a la cárcel por una falsa acusación de contrabando. Doña Elena que era una alma evangélica, unía a la mayor sencillez de espíritu una despierta malicia de entendimiento, y comprendió que aquella prisión era una trama contra la virtud de la joven. 

Inmediatamente se fue a la cárcel a visitar a la prisionera. Se quedó a su lado todo el día, y cuando a la primera noche cerraban la cárcel, el carcelero ordenó a doña Elena que saliera de la prisión. Ella le contestó: Aquí me quedaré, prisionera también junto a esta niña inocente, mientras no vuelva al lado de su familia. 

El carcelero le ordenó en voz imperiosa, la amenazó, pero ella permaneció firme contestando con suavidad pero con resolución inquebrantable: Aquí permaneceré me pase lo que me pasare. Consultó el caso el carcelero con los Jefes Superiores, y como era muy respetado el nombre de doña Elena, dieron orden de libertar bajo fianza a la niña. Sobraron fiadores, y así fue salvado el recato de la inocente criatura.

Mama Elena de camino a visitar un enfermo

Permítaseme agregar como tercera anécdota, un recuerdo personal. Una mañana del mes de Abril venía paseando a caballo con mi hermano Miguel, por los alrededores de la ciudad. Encontramos a doña Elena que marchaba a pie, bajo un sol tórrido y sobre un camino no andadero. Llevaba colgando de una pequeña cuerda una pieza de carne fresca. 

La detuvimos y le preguntamos; ¿Para dónde va bajo sol tan riguroso, que le puede hacer daño? Nos contestó: Voy a dejar esta carnita a un enfermo, al cual le ha ordenado el médico tomar caldo sustancioso y no tiene con qué comprar. Le replicamos: Por qué no vino en coche. Contestó sonriendo: Porque no tengo con qué pagarlo. Le propusimos que nos esperara y que iríamos ligero a traerle el coche. 

Ella siempre sonriendo con malicia, nos contrapuso: Mejor démen aquí el pago de las dos carreras, y yo mandaré a buscar el coche desde la casa del enfermo. Le dimos dos pesos que valían las carreras, burlando nos dijo: Mejor quedaré ahora con el enfermo, le llevaré la carnita y los dos pesos, y Dios se los pagará a ustedes. 

Dio la vuelta y se alejó riéndose de nosotros, sobre el camino polvoso. Miguel me dijo: Mírala que ligero camina, nosotros a caballo no la podríamos seguir; va como en el aire, no deja huellas sobre el polvo. Yo agregué: No la podemos seguir porque va hacia el cielo. Arrendamos los caballos hacia el mundo en donde traveseaba nuestra juventud.

Fama de santidad de Elena Arellano

Caridad es enseñar al que no sabe, asistir a los enfermos, resguardar el honor del prójimo, dar de comer al hambriento. Eso enseñaba con su ejemplo doña Elena. Era acaso una heroína? Fue algo mayor, una santa. Murió el 11 de octubre de 1911. En ese tiempo era Nuncio de su Santidad en Centroamérica, Monseñor Juan Cagliero, notable misionero Salesiano, que fue más tarde elevado a Cardenal y que es probable que llegue a los Altares.

Residía en San José de Costa Rica y cuando supo la noticia de la agonía de doña Elena, le puso un cablegrama impartiéndole la Bendición del Sumo Pontífice. La moribunda sonrió beatíficamente al recibirla. Monseñor Cagliero que como muy buen sastre a este respecto conocía el paño, la tenía por Santa y así lo proclamaba. 

Al padre Valentín Nalío, que fue secretario de Monseñor Cagliero se le escribió pidiéndole datos sobre doña Elena para ver de iniciar el proceso de su santidad, y contestó estimulando el pensamiento con estas notables palabras:

“De corazón pido a Dios que los ilumine y asista para llevar a cabo tan hermosa idea; pues en mi concepto doña Elena, por sus altísimos merecimientos religiosos sociales, es una santa de Altar, merecedora como Rosa de Lima en el Perú, de ser públicamente consagrada, el primer ciudadano de Nicaragua". 
 
Rosa de Lima, Elena de Granada ... Lirios que Dios hizo florecer en América para perfumar su historia y su destino de tierra cristiana. 

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