BREVE BIOGRAFIA DE MONS. GORDIANO CARRANZA,
VIRTUOSÍSIMO SACERDOTE DE ESTA MUY NOBLE CIUDAD QUE VINO PARA AUMENTO DE GRACIA Y GLORIA DE DIOS A ESTA TIERRA DONDE LA PIEDAD Y LA FE AMENAZABAN RUINA
Por Gil Rodrigo Fiallos Estrada.
Gordiano Carranza nació en el año de gracia 1832 y es nativo del mismo barrio San Felipe. Su casa natal, todavía existente, se ubica a una distancia corta de la Iglesia; media cuadra al oeste de la esquina noroeste del parque frente a la Iglesia. Es una casa pequeña, de piso alto y de una ventana y una puerta a la calle. Su madre se llamaba Doña Telésfora Carranza.
Todos los datos referentes a su nacimiento los sabemos gracias a su madrina, ya que el acta original de bautismo se perdió, y fue su madrina la que, bajo juramento, proporcionó toda la información para hacer la copia del acta. El historiador Nicolás Buitrago Matus lo describe así: “Ya de sacerdote, fue implacable, fuerte e intransigente con lo que no se ajustaba a los preceptos sagrados de la Iglesia, y lo hacía con fe ciega, recta e inflexible.”
Narrar cuanto hizo esta centella es una hazaña, pues los frutos de todos sus labores nos siguen beneficiando hasta nuestros días. Para esto dispongamonos a seguir la cronología de su vida a nuestra máxima capacidad en este momento. Monseñor Carranza tuvo que enfrentar en su juventud la cruda realidad de las guerras Civil y Nacional que destruyeron Nicaragua.
Siendo el mínimo de edad para ordenación sacerdotal los 24 años cumplidos es evidente que el principio desde el principio de su ministerio conoció el sufrimiento de sus ovejas. Recién ordenado, Mons. Gordiano Carranza recibió una iglesia en un área pobre de la ciudad, San Felipe, barrio ubicado al norte de León. Fue su primer párroco y era la misma Iglesia donde ejerció su diaconato.
El estado ruinoso de esta parroquia era tal, que es debatible si Mons. Gordiano la demolió o solo retiró los escombros de lo que ya el tiempo destruyó. Así empezó su carrera eclesiástica, con una parroquia, una ciudad y un país en ruinas. Al poco tiempo comenzó la construcción un templo digno, ajustado a las corrientes estéticas de la época.
A su labor constructiva se le suma lo que es aún más importante. Como sacerdote se dedicó a restaurar el templo de los corazones de los fieles. Lo vemos simultáneamente levantar el templo actual de San Felipe y levantar la fe del pueblo con los tradicionales rezos a la Purísima. Así mismo, el padre Carranza fundó la piadosa asociación de las Hijas de María para inculcar los valores cristianos en las jovencitas de la época.
Ya para 1858 su fama de sacerdote justo y sabio estaba extendida. Era uno de los pocos sacerdotes conservadores en León. Su fama le dio influencia para hacer el bien. Logró conseguir ayuda para la construcción del templo y evitó que sus trabajadores fueran llevados al servicio de las armas, pudiendo así proseguir la construcción.
Su labor en conservar las tradiciones de la Purísima es tan prodigiosa que hace que muchos lo confundan con el padre de estas, y de cierto modo, es un nuevo padre y un digno custodio de estas. Aunque él no las hizo, por él seguimos ganando tantos beneficios de estas oraciones. Mons. Carranza importó varias imágenes para el templo de San Felipe y arraigo una profundísima fe en este barrio que sigue hasta nuestros días.
Después de tanta ruina, todo se veía tan prometedor. Esto continuó así hasta la trágica peste del cólera. No hace falta decir que esto fue un flagelo que atormento a todos. Preocupado como verdadero Padre elevó al cielo sus ojos y subió su plegaria como el incienso al trono del Altísimo. Movido por una inspiración sacó al Nazareno que reseña su camino al Gólgota entre cantos implorando piedad. Por el cese de la peste quedó en promesa todos los lunes santos la procesión de la Reseña.
En 1883 Mons. Carranza recibió el rango militar de coronel. Este rol lo desempeñó siendo el capellán del primer batallón de León. Su casa cural quedaba frente al costado sur de San Felipe. Su vida fue una de continuó servicio y su razón de ser era únicamente el servicio a Dios, que le puso en esta tierra para encaminar las almas a Él.
En 1887 Dios le dió el privilegio de apadrinar al Padre Dubón en su primera misa. Esta fue en el templo de San Felipe. Solo la imaginación piadosa podría recrear los diálogos y la relación de estos dos nobilísimos sacerdotes. Está claro que ese celo por solo Dios, esa falta de respetos humanos, esa grave palabra y ese grave andar fue algo que el Padre Dubón tuvo también, algo que este joven sacerdote pudo refinar en el modelo del que lo apadrinó.
En la vejez, el padre Carranza quedó ciego y se valía de la ayuda de un lazarillo que lo acompañaba. Sus últimos años los pasaría en servicio a sus parroquianos, fueron 52 años los que sirvió en San Felipe. Tan noble vida solo pudo ser animada por el Espíritu de Dios, por un alma que no sigue su espíritu, sino a este Espíritu Soberano.
A este mismo Espíritu le entregó su alma después de una muy noble y rica vida. Exhaló su aliento un 4 de abril de 1909. Un Domingo de Ramos, día en que se vela al Señor de la Reseña, después de que la Iglesia nos reenseñara la Pasión en el Evangelio de ese día. En su lecho fue asistido por la que sería fiel mayordomo de la Reseña, Doña Vitalina Gomez Dubón, en esa época una niña Hija de María.
Pensemos que el mismo Señor de la Reseña se lo llevó. Que seguro ese Lunes Santo ya estaba su cuerpo expuesto en la Iglesia que construyó al lado del muy amado nazareno, venerado por los fieles para luego ser enterrado cerca de la Inmaculada Concepción. Esa mano alta de la Reseña lo bendijo y lo recibió a la patria celestial porque verdaderamente había hecho de su vida una reseña de la vida de Cristo, de sus máximas perfectas y todas sus virtudes.
Su fama de santidad no es una exageración, y es un descuido el no tratarla propiamente, ya que ese cariño y amor se mantienen hasta nuestros días. Verdaderamente podemos decir, por León pasaron santos, santos prodigiosos, y uno de ellos fue Mons. Carranza. Si fueramos mas respetuosos y temerosos de Dios ya tendría al menos el título de Siervo de Dios.
Esta en nuestras manos como laicos, guardar su memoria, hasta que el clamor no pueda ser ignorado. Para mientras, invoquémoslo con breves aspiraciones y dulces meditaciones. Guardemos su memoria y si en alguna dificultad nos acordamos de él, no dudemos en pedir su intercesión. Después de todo, el furor del cólera fue frenado por sus plegarias.
Mons. Gordiano Carranza ruega por nosotros
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